viernes, 23 de enero de 2009

Opus XII

Pensarte mía,

princesa ajena,

sirena con alas de peces insurrectos

y dedos de suaves anémonas.


Me duele en el centro del amor tu cándida altivez

de muñeca de vitrina,

tu rostro sembrado de aromas que prende

luciérnagas ambarinas en las habitaciones más

obscuras de la sangre,

tu piel afinada en tonos de canela

por los dedos de la noche umbría que esculpe

estatuas de carne sobre mi iris sordo de otras caras.


Me gusta dispararte pensamientos desde mi ventana

cuando pasas por la calleja abriendo los parpados

del mundo para que vigile tu hermosura.


Pensarte, ajena mía,

es aprisionar tus instantes, ¡ay tan breves!,

entre los dedos de mi alma cautiva, como se retrata el

gentío que va huyendo del aguacero frente al trémulo espejo

de una gota indecisa entre el suelo y la rama.


Nada cuesta decir ¡mía!

pero como socava decir ajena.


Mi corazón de arena chapotea

en las aguas de tu cercanía, luciérnaga amarga,

nada cuesta que te digas mía

sobre la lápida de tu difunta dignidad, muerta en

cruentos deslices como batallas, muñeca de vitrina,

nada cuesta desgarrarte el vientre con

carcajadas de carne.


Nada cuesta pensarte mía,

pero ojala -como dijo el perro, mientras se

masturbaba- el hambre también se calmara con

sobarme la barriga, Princesa, ajena mía.


Nada cuesta dejar de pensarte,

ajena o mía, y salir de este dulce manicomio donde

se vacuna mi cabeza de descordura, para ingresar a un hospital

donde se me atienda con premura la tristeza.

verhta ramiê

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